Han aparecido recurrentemente en la historia del arte (las escorts Vip de Belgrano todavía no, pero dales tiempo…) En muy distintas épocas, fueron las inspiradoras de obras inmortales, firmadas por los más grandes.
Hablamos de las prostitutas como inspiración de artistas que están entre los mejores. Como referentes indiscutidos de la pintura, en este caso.
Algunos de ellos, los de costumbres más disolutas, vivieron literalmente inmersos entre ellas. Y de esos se destaca por mérito propio la pequeña figura de un pintor gigantesco. Henri de Toulouse-Lautrec, un emblema del París de la “Belle Époque”. Es ese periodo que va desde el fin de la guerra Franco-Prusiana (1871) y el inicio de la primera guerra mundial (1914).
En la “ciudad luz” fue un tiempo de esplendor por los nuevos valores que asumían los pueblos de Europa. Entre ellos, el auge del capitalismo, la fe en la ciencia y el progreso como benefactores de la humanidad, la consolidación de principios democráticos, con la tecnología de la “segunda revolución industrial” y la moda generando transformaciones culturales y económicas que modificaron a toda la sociedad.
Pequeño gran pecador
Nació en el seno de una familia de alta alcurnia, y tuvo una infancia y una adolescencia felices. Se destacaba en los deportes, y en eso estaba, cuando padeció dos caídas graves. Le afectaron los miembros inferiores y le impidieron alcanzar una estatura normal. Quedó midiendo metro y medio de altura y con una cabeza enorme, lo cual le daba un aspecto deforme. Pero nada le impidió relacionarse y mantener una vida social normal. Incluso, demasiado activa, particularmente por las noches, tan agitadas en el París de entonces.
Concurrió a las mejores academias de arte, donde conoció (entre otros) a Vincent van Gogh (de quien hizo un retrato) y a Paul Gaugin. Y hacia 1885 abrió su taller en el barrio de Montmartre.
Desde entonces se dedicó solo a la creación pictórica, siendo un miembro destacado por pleno derecho del bohemio ambiente artístico parisino.
Era metódico y disciplinado en su trabajo. Acudía puntualmente al taller o al estudio todas las mañanas, lo cual no le impidió llevar una vida de excesos en el epicentro de la diversión de entonces (Montmartre). Ni ir todo el tiempo a teatros, prostíbulos y salas de baile. Ahí estaba la inspiración para sus mejores obras.
Estos ambientes constituyen, de hecho, lo más peculiar de su creación artística. Las bailarinas, los personajes de circo y por supuesto las prostitutas son protagonistas de sus cuadros llenos de color. Pudo transmitir la agitación de aquellos años, y también el trasfondo algo sórdido existente detrás de tanta algarabía.
¿Y si hubiera conocido a las escorts Vip de Belgrano?
Sin duda, hubieran aparecido en sus cuadros. Pero eso no ocurrió, y de seguro el arte se ha perdido de mucho.
Como sea, nadie como él pudo retratar una época y cierto estilo de vida que se ha mitificado como de diversión desenfrenada. Era lo propio de un periodo de entreguerras, cuando la gente quiere dejar atrás los negros días de la contienda bélica. Y se apura a disfrutar antes que llegué otra catástrofe (y vaya si llegó)
Claro que todo eso terminó por tener consecuencias fatales. Luego de varias internaciones para desintoxicarse, falleció con solo 36 años de edad, en 1901.
Por supuesto, dejó creaciones inmortales: “La Clownesse assise” (1896); “En el café La Mie” (1891) o “Rue des Moulins” (1894, que ilustra este artículo) son joyas que por siempre se lucirán en los grandes museos, y prefiguran en muchos aspectos al arte pictórico de nuestros días.